Con la llegada del frío y la disminución de las temperaturas, nuestro gasto energético aumenta. Esto es así, no sólo en el caso de nuestros perros y gatos, si no también en el de los humanos y demás mamíferos.
Nuestro cuerpo necesita quemar calorías para producir calor, por tanto, es lo lógico pensar que debemos ingerir mayor cantidad cuando hace frío, lo que se traduce en comer más. Aunque es cierto que este hecho hay que adaptarlo a nuestro modo de vida y al de nuestros peludos, ya que en muchos casos no tiene nada que ver con su estilo de vida natural.
Esto quiere decir que si nuestros peludos están pasando frío (porque viven en zonas excesivamente frías y nevadas, pasan mucho tiempo al aire libre o viven en el exterior como en jardines, patios y garajes), su consumo energético será mayor, dado el gasto para calentarse y si, es muy probable que necesiten mayor aporte de calorías en invierno por lo que será fácil observar que comen más.
En cambio, un perro o un gato que vive en una casa o un piso con calefacción, es probable que no vea muy afectado su consumo calórico ya que la calefacción hace el trabajo de calentar al animal. Esto supone que no tenga que hacerlo su metabolismo y se ahorre así ese gasto energético.
Además, cuando hace frío, llueve o nieva, los paseos suelen acortarse y no pasan mucho tiempo expuestos al frío. Es más, es probable que el gasto calórico sea menor incluso que en verano, pues al reducir los paseos por las inclemencias meteorológicas, hacen mucho menos ejercicio que en verano (que a menudo pasan mucho tiempo correteando al aire libre), por lo que en estes casos sería un enorme error aumentar su racción, sobre todo teniendo en cuenta que la mayor parte de nuestros peludos están pasados de peso.
Lo mismo lo podemos traducir a la estación estival: en aquellos peludos que en verano pasan calor de verdad (por vivir en el exterior o zonas calientes) si que se observa como claramente reducen la ingesta de comida pero, en cambio, si el verano es suave o viven en hogares frescos y/o con aire acondicionado, su consumo de alimento muchas veces no varía al no verse afectados por el calor.
Además, hay que tener en cuenta que muchos están ya adaptados o fríos extremos con pelajes «diseñados» para retener calor y otros son especialmente susceptibles a la hipotermia.
Saber si la racción no es la correcta, por exceso o por defecto, es fácil pues te lo dirá la báscula. Si tienes un perro o un gato que vive mayormente en el exterior es posible que tengas que aumentar su ración. No hay una cantidad estándar pues esto depende de muchos factores como su raza, tamaño, edad, tipo de pelo…
Los ajustes deben hacerse poco a poco y no debes, por ejemplo, doblar su ración de gople pues si se pasa de peso, luego será más difícil conseguir que lo pierda.
Si observas a tu peludo con mayor apetito de lo habitual y que se queda con hambre, puedes subirle un poco la ración durante unas semanas. Si el peso se mantiene, es que lo estás haciendo correctamente ya que significa que lo está quemando. Sin embargo, si sube o baja de peso tendrás que ir retocando, aumentando o disminuyendo, en función de sus necesidades.